RICOS Y POBRES  2016-12-30

Estamos tan llenos de estereotipos y tan mediatizados por ellos que se nos han arraigado de manera natural en la mente colectiva. Cuando iba a la escuela en un pueblo de la provincia de Zamora llamado Castronuevo de los Arcos, al salir al recreo: la clase de niñas en un sitio, la de los niños en otro diferente, cada grupo en su zona perfectamente definida, sin mezclas, aunque nos observábamos desde lejos y probablemente a todos nos hubiera gustado romper aquella barrera sexista que nos separaba y jugar juntos, pero aquel no era el momento, al salir al recreo repito, ocurría siempre lo mismo.

En el grupo de las niñas: niñas buenas, educadas, temerosas, pobres, comedidas, con caritas inocentes y espíritus angelicales, solíamos hacer un corro, una de ellas se ponía en el centro e iba señalando con el dedo a cada una y sentenciándolas con dos palabras: “puchero” o “cazuela”; así el “puchero” no jugaba y se quedaba fuera, y las afortunadas “cazuela” sí.

Recuerdo a las niñas-puchero retirándose del círculo asumiendo el desdén de la mandona a sabiendas de que no tenían posibilidad alguna de jugar con el otro grupito-cazuelas bendecidas por la elección de aquella niña-sargento. Recuerdo también que aunque yo tenía la fortuna de ser siempre “cazuela”, me preocupaba la retirada de las otras que se apoyaban con mansedumbre en la pared mientras nos veían jugar con envidia. Me disgustaba esa actitud porque, pese a mi corta edad, no comprendía qué motivos tenía yo para no estar reclinada en aquel muro, ni quién me había bendecido con la benevolencia que se manifestaba en ser elegida.

A medida que han ido transcurriendo los años, he visto muchos círculos y muchas “cazuelas” que se erigían en jefes de proyectos o de trabajos con el beneplácito que no siempre merecían de sus superiores, y he visto también a “pucheros” que seguían apoyándose en la pared y perdían la facultad de luchar porque no les habían valorado o lo habían hecho de manera injusta. Estas personas abatidas, cuando no luchaban, llegaban a ser invisibles, grises, en una sociedad competitiva que les ignoraba sin misericordia; y esto puedo extrapolarlo incluso a pueblos enteros o razas.
Pienso a menudo en las palabras que nos decía un viejo profesor del instituto cuando, desde su atril, observaba las caritas inocentes de sus alumnas de once a trece años:
- “Ustedes sí que tienen suerte de haber nacido en una sociedad occidental”

Entendería el significado de aquellas palabras muchos años después cuando, efectivamente, por el mero hecho de nacer dentro de unas coordenadas concretas, a las mujeres se nos considera, recibimos educación, cuidados y, sin embargo, a unas pocas horas de avión, en África, Sudamérica o Asia, niñas que no hicieron nada por nacer allí están estigmatizadas por el mero hecho de ser mujeres en una sociedad que las ignora, abusa de ellas, las humilla, las lapida, las veja, las utiliza como arma de guerra, como esclavas sexuales.. y para ello les tapan la cara, las hacen invisibles, las cosifican y, sobre todo, las subyugan bajo el dominio de un hombre, ya sea marido, padre o hermano.

De nuevo se hace palpable la situación de innumerables “pucheros” en casi todas las sociedades que viven marginados por su condición social, por su pobreza, por su falta de cultura y que están condicionados por el lugar donde viven; son gente que a nadie importa, que solo engorda encuestas, que vemos ayudados por las ONG, son carne de cañón en las grandes catástrofes, que se quedan sin sus frágiles casas cuando la naturaleza les vapulea sin compasión, son los grandes olvidados en enfermedades erradicadas en occidente: Ébola, VIH o una simple pulmonía; mueren de hambre, de frio, por falta de vacunas, por contagio con aguas infectadas o por convivir con animales que les transmiten enfermedades.

En una sociedad tan evolucionada como la nuestra, en pleno siglo XXI, cuando se ha conquistado el espacio, se ha llegado a la luna, se gastan millones cada año en la carrera espacial o en armamento, cuando se cultiva y fomenta el ocio, se provoca un consumismo que a nadie hace feliz, se olvidan los valores primigenios del respeto, la educación, la misericordia o la humanidad para con los semejantes, viene bien que existan esos “pucheros”, por un lado porque en la comparación siempre resultamos favorecidos por la suerte o el destino, y por otro porque económicamente resulta rentable para los gobiernos de turno que existan, y así se van pasando los años, con una sociedad partida, fragmentada en dos pedazos bien definidos: los “pucheros” y las “cazuelas”; los que juegan y quienes se quedan siempre fuera, los ricos y los pobres, los que viven y los están condenados a morir desde el mismo día de su nacimiento.

En esta época navideña, consumista, ausente de valores, se nos insta desde los medios de comunicación a que seamos solidarios, y nos bombardean con imágenes de niños hambrientos, de refugiados huyendo a ninguna parte, de mujeres o niñas que miran a cámara con mirada ausente, y lo hacen pretendiendo remover la conciencia de quienes somos “cazuelas” siquiera los escasos minutos que dura el anuncio de turno; entonces nos compungimos un instante y seguidamente surgeg el siguiente comercial: perfumes, coches, juguetes y un sinfín de productos que nos envuelven en un halo de falsa felicidad para que se consuma pretendiendo una vida que no existe más allá de la ficción del propio anuncio. Son ráfagas tan veloces que cuesta asimilar y la mente olvida rápidamente a los “pucheros” que malviven pendientes de nuestro apoyo; al fin y al cabo el ser humano es egoísta por naturaleza y los pobres quedan lejos cuando nuestros estómagos están bien alimentados y nuestros cuerpos vestidos.


Autor : Mª Soledad Martín Turiño